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Las fantasias de 'El Criada Sumisa' en tu idioma

viernes, 15 de abril de 2011

¡Dolor y placer, Placer y dolor! - Abril 2011

'Respetemos eternamente el vicio y no combatamos sino la virtud.' Marqués de Sade













--- RELATO: Mónica, perra sarnosa

La despedida de soltera dejó a Mónica con más ganas aún de continuar con sus juegos lésbicos y masoquistas. Pasó el tiempo, logrando solamente algunas aventurillas sin mayor importancia. Lo que más había conseguido era que la amarrasen a la cama y le hicieran el amor, pero ninguna cosa como las ocurridas aquella noche, mas en una ocasión sonó el teléfono: Al responder escuchó la voz de Claudia del otro lado de la línea invitándola a conversar con ella porque tenía algo que proponerle. La sola idea de qué podría ser la hizo mojarse instantáneamente, al instante le preguntó por el lugar y momento de la cita. Su interlocutora le respondió que de inmediato, pues estaba en la puerta del edificio, agregándole que le abriese y la esperara completamente desnuda, de tal manera que se quitase la ropa mientras subía.

Terminando de hablar se desnudó lo más rápidamente posible en el mismo lugar del teléfono y una vez desnuda tomó su ropa tal como había caído y corrió hacia el dormitorio tirándola prácticamente dentro del clóset, escuchando que en ese momento tocaban, por lo que necesitó correr para abrir. Se colocó detrás de la puerta y sólo asomó la cabeza en prevención que pudiese ser otra persona. Al percatarse que efectivamente era Claudia, le franqueó la entrada.

Una vez en el interior, sin saludarla, la amiga la miró de pies a cabeza, con un gesto le ordenó girar y después le hizo un ademán indicándole tirarse al suelo. Mónica algo sorprendida titubeó un instante, por lo que Claudia le indicó con mayor determinación hacerle caso.

Habiendo obedecido la anfitriona, le acercó uno de sus pies para que se lo besara.

Terminada toda esa especie de ceremonia le dijo: “Eres una esclava muy lenta, por lo que te castigaré. Tráeme algo con que amarrarte y otra cosa con qué pegarte”.

Nuevamente la anfitriona medio se sorprendió, pero decidió seguirle el juego. Fue a su dormitorio y volvió con la cuerda con la cual la amarraban a la cama y con el cinto (cinturón) de cuero más grueso que tenía.

Cuando estuvo frente a su invitada, ésta le preguntó si tenía un lugar donde atarla, a lo que Mónica le respondió que en la cama, de tal manera que se dirigieron hasta el lugar indicado.

Una vez ahí, Claudia procedió a atarla por las muñecas, una a cada poste. Tan pronto la tuvo sujeta comenzó a azotarla en las nalgas mientras la insultaba. Terminando de pegarle la desató y le dijo que se cubriese con algo, pero que no se pusiera ropa interior para que la acompañase hasta la calle a fin de darle las últimas instrucciones..

La anfitriona se colocó un buzo y le preguntó si estaba bien, obteniendo una respuesta afirmativa

Concluida la entrevista con Claudia, Mónica regresó ansiosa a a fin de prepararse conforme a las instrucciones recibidas. Una vez en su hogar se desnudó completamente y procedió a colocarse las prendas entregadas: Primero se colocó la falda, que más parecía un pareo pues sólo traía un extensión para anudársela a la cintura. Posteriormente se calzó las sandalias y finalmente la blusa, si es que se podía llamar así, pues carecía de botones y para cerrarla debía anudársela a la altura del vientre. Antes de cerrarla, acarició sus pechos largamente aumentando así la excitación que de por sí ya tenía. Finalmente procedió a hacer el nudo y a la hora señalada salió de su casa.

Mientras caminaba podía apreciar como se posaban sobre ella las miradas de hombres y mujeres, así que apretó más el tranco para llegar cuanto antes al sitio indicado.

Una vez en el lugar comenzó a pasearse nerviosamente temiendo ser confundida por una prostituta, lo que sería lo de menos a no ser que fuese la policía, en cuyo caso su detención sería inminente, pues aparte de no poder explicar el motivo de su atuendo, tampoco tenía carné sanitario, por lo cual, además de ser acusada por “ofensas a la moral”, la acusarían de ejercer la prostitución en forma ilegal.

Después de unos minutos, que a ella le parecieron siglos, apareció una pareja. Acto seguido, se colocaron a ambos lados de Mónica. Inmediatamente su corazón le dio un sobresalto, pues no sabía si eran sus “raptores” u otras personas, pero se tranquilizó cuando la mujer le indicó que eran sus “secuestradores”. Casi de inmediato apareció una Combi (furgón) a la que condujeron a la ahora raptada, mientras el hombre le colocaba un capuchón al estilo de aquellas personas que conducían camino al patíbulo.

Cuando el vehículo se puso en marcha, le ordenaron: “Desnúdate”. Mónica comenzó a desanudarse la blusa cuando sintió que se la bajaban violentamente por la espalda asiéndola por los cabellos de la nuca mientras le decían que se tardaba mucho.

Cuando quedó con el torso desnudo, iba a comenzar a quitarse la falda, pero le tomaban los brazos, se los llevaban a la espalda y le colocaban unas esposas. En ese momento, la prisionera, notó como se le erguían las puntas de sus pezones a la vez que comenzaba a sentirse húmeda.

Ya con las manos esposadas detrás de su espalda, sintió como le quitaban el pareo, quedando sólo con el calzado por única vestimenta, mismo que con un movimiento de sus pies lo dejó de lado, pero el castigo no se dejó esperar. Sintió el chocar de una mano en contra de uno de sus muslos, por lo que presumió que estaba mal lo que había hecho, de tal manera que inmediatamente comenzó a tantear el piso para colocárselos. Sin embargo sintió nuevamente el mismo castigo en su otro muslo, en vista de lo cual detuvo la acción sin saber qué hacer y temiendo un tercer castigo optó por quedarse quieta.

Tras unos instantes sintió una mano de mujer que le acariciaba su vello púbico mientras que un brazo la rodeaba por la parte de atrás de su cuello hasta alcanzar con la mano uno de sus pezones, y mientras la acariciaba, le subió el capuchón que cubría su cabeza dejándole la boca al descubierto. Primero estampó un beso en sus labios y después le dijo: “Tontuela. No debes tomar determinaciones sin que se te ordene, o de lo contrario serás castigada, que no se te olvide, ¿De acuerdo?”

Sí, respondió Mónica con un susurro producto de la excitación que sentía.

Al cabo de un rato llegaron al destino. Los “raptores” le ayudaron a bajarse y la condujeron por lo que ella supuso era un pasillo.

Al cabo de un instante se detuvieron y escuchó que le decían a alguien: “Aquí está la esclava.

Bien, dijo una voz de mujer, y dirigiéndose a Mónica le preguntó: “Antes de quitarte la capucha, te leeré las condiciones y te preguntaré si estás de acuerdo en más de una oportunidad, si estás de acuerdo te presentaremos los dos contratos: Uno para tu adiestramiento y el otro de esclava Si en algún momento decides no continuar se te devolverá tu ropa y te llevarán al lugar donde te recogieron. Debo advertirte que te estamos filmando más que nada para protección nuestra, pues si bien es cierto que toda la gente que viene es mayor de edad, lo hace en forma voluntaria y sólo para satisfacer su erotismo sadomasoquista, puede que en un momento dado aparezca alguien que quiera demandarnos por ofensas a la moral. ¿Aún deseas continuar?

- "" respondió Mónica.

-"Bien, quítenle la capucha."

Acto seguido, procedieron a descubrirle la cabeza. Una vez con la vista descubierta, la futura esclava, a pesar de que la única luz era la que iluminaba sólo la parte de los contratos, tardó unos instantes en aclarar su visión debido al tiempo que estuvo en la oscuridad, y una vez que pudo ver bien distinguió una sala con unas siluetas aluzadas (iluminadas) por una tenue luz de una vela, al extremo opuesto donde ella estaba que parecían ser dos hombres y dos mujeres completamente desnudos encadenados por las muñecas al muro que fijaban sus ojos en ella. Casi por instinto trató de ocultar su propia desnudez dándose vuelta, ya que no podía disponer de sus manos y brazos para poder ocultarse, por tenerlos esposados a su espalda, pero en ese momento pudo percatarse que era observada por varias personas provistas de capuchas al estilo Ku-Klux-Klan, aunque no tan pronunciadas en la punta. Obviamente la prisionera se asustó, pues es por todos conocido a qué se dedica dicha secta, pero la voz de quien parecía estar a cargo la tranquilizó diciéndole que no temiera, pues dichos atuendos eran sólo para protegerse ellos, que en todo caso si aceptaba llegar hasta el final conocería a todos los ahí presentes, así que estuviese tranquila porque no corría peligro alguno, pero que si tenía la más mínima sospecha de algún riesgo no tenía más que indicarlo y en ese momento podía retirarse.

Mónica, tenía temor, pero más pudieron su erotismo y su curiosidad, así que, otra vez, aceptó continuar diciendo que estaba dispuesta a firmar los contratos, por lo que le abrieron las esposas del lado de la muñeca derecha para que pudiese firmar, volviendo a esposarla una ves que estuvo lista..

Concluido este trámite encendieron las luces ordenándole dirigirse a los otros prisioneros y hacerles cualquier cosa a uno o más de ellos. Acto seguido, primero fue hasta uno de los hombres y se inclinó para pasarle la lengua por los vellos del pecho, pues esa era una de las pocas cosas que le excitaba de los varones, provocándole la inmediata erección de su pene notando de paso que hacía esfuerzos como tratando de contenerse, por lo que decidió no seguir con él. Después se dirigió a una de las mujeres y le estampó un beso en la boca, percibiendo que sólo lo aceptaba más por obligación que por gusto pues al introducirle la lengua en su boca no recibió la misma respuesta, mas nada dijo por temor a se castigada, enseguida regresó con el primer hombre a quien, como pudo, le sacó un vello púbico para que con el dolor le disminuyera la excitación por último se dirigió a la otra mujer a quien comenzó a besar los senos notando su colaboración. Se disponía a continuar con ella cuando escuchó que le ordenaban detenerse con un enérgico “basta”. Ante esta orden quedó rígida esperando instrucciones pues recordaba lo ocurrido en el vehículo. Transcurridos unos segundos oyó le ordenaron: “Lámele los testículos al esclavo que falta”.

No le gustaba mucho la idea, pero decidió obedecer, pues suponía que de esa prueba dependería su futuro como esclava. Al estar frente a los testículos del esclavo en cuestión, notó una argolla en el nacimiento del escroto e instantes después de estar ejecutando la orden notó como los testículos comenzaban a subir y el pene a erectarse provocando dolor al esclavo, cayendo en cuenta en ese momento el motivo de la reacción del prisionero anterior, a raíz de lo cual decidió suspender lo que estaba haciendo, a sabiendas de que seguramente sería castigada, pero prefería eso antes que causar sufrimiento a otra persona.

Eres una esclava rebelde, sentenció una voz. Pero por ser la primera vez sólo te sentencio a diez azotes en las nalgas, sin embargo otra persona dijo: “¿No crees que sería mejor cinco azotes dados por una persona vendada y a la estúpida que la aten a un caballete?"

Como la propuesta cosechara aplausos inmediatos se ordenó traer un caballete acondicionado especialmente para colocar a la persona sobre su guata (estómago) de tal manera que se le podían atar sin problemas los pies a cada una de las patas y del otro lado hacer lo mismo con las manos y así lo harían con Mónica. La mujer que llevó el caballete estaba completamente desnuda, primero le aseguró con unas correas las piernas a la altura de los tobillos y cuando esperaba que hiciera algo parecido con sus brazos mientras trataba de mantener el equilibrio, la mujer que la había atado se colocó a la espalda de la prisionera tomándola por los senos. Apareciendo al poco rato una mujer musculosa acompañada de dos hombres igualmente musculosos, que se notaba que todos se dedicaban al físicoculturismo. La segunda mujer iba ataviada solamente con un cinto de cuero negro del que colgaban una fusta y un látigo de varias correas (gato), mientras que los hombres iban completamente desnudos, la vista vendada, las manos a la espalda, sus penes completamente erectos y conducidos por la mujer jalándolos de sus respectivos vellos miembros. La futura castigada que era sujetada para que no perdiese el equilibrio, observaba a quien imaginó que sería su castigadora y a los dos hombres con una mezcla de asombro y erotismo imaginando cómo sería que la obligaran a viva fuerza hacer el amor con los dos.

Cuando la recién llegada estuvo a su alcance le dijo: “Yo seré quien te castigue, pero para que veas que soy buena te daré a elegir el instrumento con el cual recibirás tu merecido". Acto seguido se acercó y le mostró los dos instrumentos. Mónica los miró y le preguntó a su interlocutora lo más sumisamente posible: “Te ruego disculpar mi atrevimiento por dirigirte la palabra sin ser autorizada, pero ¿Me permites hacerte una pregunta antes de decidir?

Antes de decirle algo, la castigadora se dirigió a los presentes e hincándose y agachando la cabeza les dijo: “La esclava pide autorización para hacer una pregunta”.

Que la haga, dijo la que parecía se la jefa del grupo, pero recibirá tres azotes más por su osadía y tú cinco azotes por cada uno que no caiga en el cuerpo de la estúpida y ésa dos adicionales por cada uno que no le caiga en su cuerpo. Posteriormente, dirigiéndose a la prisionera le dijo: “Ya escuchaste la conversación. ¿Estás dispuesta a seguir?" "", dijo la esclava. Tras lo cual, la jefa hizo una seña a la verdugo. La mujer que la sujetaba se colocó frente a la prisionera ordenándole en voz baja inclinarse hacia delante cuando le tomara los senos nuevamente. Tan pronto le puso las manos en los senos, la aprendiza comenzó a inclinarse poco a poco hasta quedar completamente arqueada. Estando en esa postura uno de los hombres le soltó las esposa, primero de un bazo, para que de inmediato el otro procediera a ajustárselo con correas al caballete y luego repetir la misma operación con el otro brazo Una vez que hubieron tomado las nuevas posiciones, la segunda mujer descargó la fusta sobre las nalgas de la prisionera, acto seguido, la jefa le preguntó si deseaba continuar, recibiendo un sí por respuesta, a lo cual le preguntó: “Sí qué”, a la vez que le descargaban otro golpe igual.

- "Sí señora", dijo la esclava, sintiendo un tercer golpe.
- "Sí qué", repitió la jefa.
- "Sí mi ama", respondió la prisionera sintiendo un cuarto golpe.
- "Sí mi ama y señora" corrigió la jefa, tras lo cual Mónica recibió tres golpes más y luego agregó la jefa: “Además debes agradecer cada golpe, porque se te está corrigiendo. ¿Continúas?
- "Si mi ama y señora".
- "Bien, ¿Cuál es la pregunta?", dijo.
- "¿Cuál de los dos instrumentos duele más?"
- "¿Para qué quieres saber?"
- "Para ser castigada con mayor dolor", por estúpida.
- "Veo que aprendes rápido".
- "Dale un golpe en cada pierna con cada uno de los instrumentos", ordenó a la mujer que la azotaría.

Acto seguido, la verdugo descargó nuevamente la fusta, esta vez en el muslo derecho, y de inmediato el segundo con el látigo en el izquierdo.

Mónica sabía de antemano que el látigo era más doloroso, pero quería recibir más castigo y lo logró.

- "¿Y bien?", preguntó la jefa
- "Mi ama y señora, si Ud. no decide otra cosa, elijo el látigo".
- "Así se hará", dijo la jefa, y ordenó: “Desátenla un momento para que se enderece Tú, ponte delante de la estúpida para que vea como te tapan la vista y después que bese el látigo que se ponga en la misma posición para amarrarla nuevamente".

Sin decir palabra, la mujer se dirigió a los hombres quitándoles primero la venda de la vista y luego desatándolos, colgando las vendas en su cinto y conservando las cuerdas en sus manos. A todo esto Mónica se sentía empapada y no tenía en cuenta los orgasmos habidos, pues la mujer puede llegar al orgasmo sólo con el pensamiento y sin necesidad de tocarse, a diferencia del hombre que necesariamente el pene debe tener algún tipo de frotación para llegar al orgasmo.

Tan pronto terminó de hablar la jefa, la verdugo entregó las cuerdas a los hombres y dirigiéndose a la futura castigada le preguntó si quería que le taparan la vista a lo que la esclava respondió de manera negativa.

Una vez recibida la respuesta la mujer se puso de rodillas frente a la jefa y luego se inclinó a besarle los pies a la vez que colocaba sus manos entrelazadas detrás de la espalda. Al cabo de un instante, la jefa ordenó a los hombres: “Procedan”.

Ambos hombres se acercaron. Uno la tomó por el cabello haciéndola hincarse nuevamente y cuando la tuvo en esa posición, le sujetó los brazos, mientras el otro procedía a taparle la vista.

Una vez que estuvo completamente vendada, la tomaron de la punta de los pezones y la hicieron levantarse, y sin soltarla, la condujeron hasta la espalda de Mónica. Le tomaron los dos instrumentos y el que tenía el látigo se colocó delante de la prisionera ofreciéndoselo para que lo besara, cosa que la prisionera hacía mientras se lo iba deslizando.

Terminada la ceremonia, ambos hombres y la mujer se retiraron para que todos, incluso los prisioneros que estaban en la pared, vieran el “espectáculo”.

Para que la verdugo comenzara su actividad, la jefa le asestó un golpe en los muslos con la fusta.

Ante esa señal, la verdugo comenzó a descargar uno a uno los ocho golpes cayendo seis de éstos en la espalda, nalgas y piernas de la prisionera y perdiéndose otros dos, ante la algarabía de los asistentes porque presenciarían una prolongación del castigo.

Terminada su faena, la verdugo bajó los brazos y esperó instrucciones.

De inmediato la jefa ordenó que llevaran el “arco” que consistía en una especie de umbral con una base que se atornillaba al suelo.

Mónica pensó que pondrían primero a la verdugo y después y después de castigarla le tocaría el turno a ella, pues a ésta la llevaron hasta dejarla justo debajo del travesaño, sin embargo cual fue su sorpresa cuando se acercaron hasta donde la tenían todavía atada y la comenzaron a desamarrar.

Lo primero que imaginó fue que la llevarían hasta el muro y la colocarían junto a los otros cuatro, pero continuó su equivocación. Una vez suelta, la hicieron erguirse y le vendaron la vista. e inmediatamente después la jefa le preguntó si deseaba continuar, advirtiéndole que ésta sería la penúltima vez que le preguntaría.

Lógicamente la respuesta de la futura esclava no se dejó esperar y dejó escapar un ansioso sí, cayendo en cuenta de inmediato de su error, mismo que trató de enmendar al momento agregando un sí mi ama y señora, mas ya era tarde porque la jefa ya estaba sentenciando cinco azotes más por desobediente, pero lejos de ser un castigo para ella se constituía en un premio, pues quería asumir el papel de esclava.

Pasado este incidente hizo señas a los dos hombres que habían acompañado a la verdugo y a la mujer que la asistió primero para que la condujeran al arco. Cada uno de los hombres la tomó de la punta de uno de sus pezones y la mujer la cogió por el vello púbico. Después de un par de vueltas que sirvieron para desorientarla y un poco desilusionarla, pues pensó que ya no le harían nada más, sintió como le colocaban correas en sendas muñecas y de inmediato le levantaban sus brazos, pero no sólo eso, al poco rato sintió unos senos desnudos que se aplastaban con los de ella y el vaho de una respiración junto a su cara. Claudia, en ese momento creyó que se desmayaría de tan excitada que estaba, sin embargo aún faltaba la sorpresa mayor: Una vez que tuvo sus brazos completamente sujetos al travesaño, sintió domo pasaban una cuerda por su espalda, a la altura de la cintura y al ajustarla sintió el vientre desnudo de la otra mujer produciéndole de inmediato un orgasmo y haciendo todo lo posible por juntar su vello púbico con el de la otra mujer, siendo sorprendida por uno de los hombres que con señas se lo hizo saber a la jefa que sentenció un total de quince azotes para cada una y les amarraran las piernas a la altura de los muslos, así no tendrían posibilidades de refregarse.

Una vez que estuvieron así, la jefa les ordenó frotarse una a la otra, pero por más esfuerzos que hacían no lo podían lograr debido a la inmovilidad de sus piernas y tronco, mientras los asistentes se burlaban ruidosamente de ambas gritándoles toda clase de insultos.

Al cabo de un rato, a una seña de la jefa se produjo el silencio y comenzó el castigo que los asistentes contaban a coro y las prisioneras agradecían una después de la otra.

Terminada la sesión de castigo, procedieron a soltarlas y tal como Mónica suponía y esperaba, la mujer con la cual la castigaron no era otra que aquella que castigó a ella. Sólo la miró de reojo y bajó la vista, como suponía debía estar una esclava.

Lentamente se acercó la jefa y le dijo: “Hasta aquí has probado ser una buena esclava. Si deseas continuar debes firmar el contrato definitivo. Ahí están estipulados tus deberes y derechos. Tus únicos derechos es que podrás retirarte en el momento que estimes conveniente, tampoco te podrán ocasionar daño físico, colocarte marcas permanentes aunque tú se lo solicites, ni raparte la caballera sin tu consentimiento. En cuanto a tus deberes, se te asignará una capataz porque tienes tendencia lésbica. Ella podrá disponer de ti como mejor le parezca con las únicas limitaciones ya estipuladas. Fuera de eso te podrá castigar en la forma que estime conveniente por cualquier falta que cometas, e incluso por simple capricho. Todo lo que te ordene debes hacerlo, en ningún momento puedes sentirte humillada porque los esclavos no tienen dignidad. Son menos que un objeto. Como eres la más nueva, cualquier capataz o esclavo te podrán dar órdenes que también debes obedecer de inmediato. La única cosa que sólo tu capataz puede hacer es prestarte, arrendarte o traspasarte, y tú no te podrás rehusar, te guste o no. Comerás en el suelo, donde tu capataz decida y dormirás en una jaula esposada con las manos a la espalda para evitar que te masturbes. Tu aseo será también en el momento que tu capataz decida y en la forma que ella estime conveniente. Siempre andarás desnuda, salvo que se te indique otra cosa. ¿Alguna duda?, puedes responder sin temor, todavía como persona libre.

- "No, ninguna de momento, pero si tuviese alguna: ¿Es posible preguntarla más adelante?”, respondió y consultó Mónica.
- "Sólo tienes que hacerla con el debido respeto, pero eso no te garantizará que se te de una respuesta o te libre del castigo por hablar sin permiso".
- "¿Aceptas?"
- "Sí, mi ama y señora", respondió la futura esclava.
- "Bien. Léelo en voz alta para que se pueda apreciar en la filmación y cuando termines debes indicar en voz alta si rechazas o aceptas para posteriormente firmarlo".

Una vez que le pasaron el papel, Mónica comenzó a leerlo en voz alta. Comenzaba con su nombre completo, fecha de nacimiento y cédula de identidad. Indicaba lo mismo que se le había advertido. Terminado de leerlo dijo con voz firme: “Acepto”, bajó el papel y estampó su firma.

Terminado este trámite, la jefa le indicó que en adelante su nombre sería “Perra Sarnosa” y la capataz “Perra Rabiosa” y que era nada menos que la mujer que la había castigado.

La alegría de Perra Sarnosa fue tal que se dejó caer a los pies de Perra Rabiosa y se los comenzó a besar apasionadamente.

La capataz después de mirar a la jefa y obtener el permiso de ésta, sin inmutarse se limitó a decirle que la siguiera mientras comenzaba a caminar. La esclava se irguió y caminó detrás suyo.

Al rato entraron en una habitación donde había una fuente llena de lodo, más allá una jaula bastante especial en lo alto y una estufa (calentador) bajo la misma, además de unos grillos en la pared y una serie de sillas.

La capataz le informó que primero la llevaría a la habitación donde había estado, junto con los otros cuatro prisioneros y posteriormente la castigaría ahí por hacer cosas sin permiso.

Dicho lo anterior, sin decir palabra se dirigió a otra habitación de donde obtuvo un atuendo igual al de los espectadores que Perra Sarnosa viera cuando le destaparon la vista. Una vez con el atuendo en la mano, se lo alargó a la esclava indicándole que la ayudase a vestirse.

Cuando se lo hubo colocado, la capataz introdujo la mano a un bolsillo de donde extrajo un collar de perro con una cadena bastante particular, pues remataba en unas cuerdas y a la altura del pecho dos pinzas. De inmediato le ordenó colocarse el collar con la cadena para adelante, cosa que la esclava obedeció de inmediato. Cuando lo tuvo colocado, le ordenó ajustar una pinza en cada pezón. Como Perra Sarnosa dudara un instante, le soltó de inmediato una cachetada en la cara a la vez que le decía “obedece”. A Perra Sarnosa le brotaron lágrimas inmediatamente, pero decidió hacer caso, pues para eso era esclava y estaba dispuesta a llevar su papel adelante. Cogió una de las pinzas y la colocó en uno de sus pezones acusando de inmediato el dolor por no estar acostumbrada a una cosa así Anticipándose a lo que le esperaba, pero decidida tomó la otra pinza y la colocó en su otro pezón acusando más dolor.

Hecho lo anterior, la capataz le ordenó pasar la cadena por su entrepierna y esposar sus muñecas en la espalda, cosa que también hizo en forma decidida comprobando que le quedaba bastante tirante y no podía evitar de se le introdujese en la vagina tirándole además los pezones hacia abajo y aumentando su dolor. Pero no importaba, mientras más dolor sentía, más feliz era. Emprendieron la marcha hasta llegar al primer lugar donde ella había estado. Una vez dentro, la capataz la paseó frente a los espectadores y la ubicó donde estaban los otros cuatro prisioneros, que si bien era cierto continuaban siendo dos hombres y dos mujeres, ya no eran los mismos, además tenían atuendos de cadenas iguales a los de ella, sólo que en el caso de los hombres las pinzas estaban asidas a sus escrotos (bolsa de piel que resguarda a los testículos), lo cual les provocaba bastante dolor. Colocada junto al cuarteto, no alcanzó a transcurrir mucho tiempo en que apareciera otro hombre en la misma condición de los otros cinco que fue colocado junto a Perra Sarnosa. Acto seguido llegó una pareja de esclavos con sendas mangueras con las que les comenzaron a tirar agua. Los seis encadenados no sabían si quedarse en esa posición o tratar de esquivar los chorros que mojaban sus cuerpos con agua fría, hasta que la jefa les ordenó comenzar a girar para poder mojarlos bien. La operación no demoró más de unos tres minutos, pero a ellos les pareció una eternidad.

Terminado este procedimiento apareció una esclava con una toalla para cada uno y se las fue aventando (tirando) al cuerpo de cada esclavo mientras les decía “cógela”, cosa que lógicamente ninguno pudo hacer por tener las manos esposadas a la espalda. De inmediato se acercaron el y la capataz de cada quien que les comenzaron a insultar y esputar (escupir) en el rostro. Perra Sarnosa se sentía humillada en su fuero interno, pero recordaba bien la advertencia de que no podía sentirse así pues los esclavos eran menos que un objeto, además no podían tener dignidad y su obligación era aceptar prácticamente todo, aparte el reclamar significaría que ya no quería seguir y por lo tanto perder la oportunidad de sentirse una esclava verdadera, cosa que no estaba dispuesta.

Después de varios insultos y escupos, una de las capataces les ordenó recoger las toallas con la boca y secarse unos a otros. Cada quien se hincó y levantó como pudo y comenzó a secar a la esclava o esclavo que tuvo más cerca con toda la dificultad que ello implicaba debido a disponer de su boca solamente.

Al cabo de bastante rato recibieron azotes por parte de cada capataz para que fuesen más eficientes en su labor y burlas de los asistentes, les ordenaron entregar las toallas a la esclava que se las había llevado, los hicieron colocarse uno detrás de otro en una fila intercalando primero una mujer y luego un hombre, al poco rato, cada capataz le soltó las manos a su esclava o esclavo, pero sólo para atárselas entre las muñecas cruzando ambos brazos. Concluida esta operación, con otras tres sogas le dieron dos vueltas simples de arriba hacia debajo del cruce de las muñecas para luego asirle los extremos al cuerpo del esclavo o esclava que se encontrase atrás. Una de las sogas se la ataban a la cintura y las otras dos, cada una a una pierna, de tal manera que era imposible no tocarle los genitales a quien estuviese atrás, provocando la excitación tanto de quien tocaba como de quien era tocado, excepto en el caso de Perra Sarnosa, que por su inclinación lésbica, no le hacía ninguna gracia tocar a un hombre, o bien que un hombre la tocase a ella.

Cuando la jefa comenzó a revisar de que todos estuviesen excitados, se dio cuenta le inquirió la razón de ello, a lo que la esclava le respondió: “Mi ama y señora, no sé si te hayan informado que soy lesbiana y por más esfuerzos que he hecho para tratar de excitarme no lo he logrado. Por favor disponed de mí como mejor te parezca y como sie.rva que soy”. Ante estas palabras, la capataz mayor se dirigió a la cuidadora de Perra Sarnosa y l9e preguntó la razón de haber hecho tal cosa, a lo que ésta no le supo responder, por lo tanto la jefa ordenó deshacer el grupo y traer otras dos esclavas más. Tan pronto llegaron las otras dos mujeres, se hincaron y se apresuraron a besarle los pies a la capataz mayor para luego quedarse postradas esperando órdenes. La jefa ordenó a una de las esclavas colocarse en el lugar de Perra Sarnosa, a la esclava que encabezaba la fila colocarla hasta el final, a la otra esclava pasar hasta la punta, a Perra Sarnosa que quedase delante de ella y a su cuidadora delante de ésta. La esclava recién llegada no lograba entender por qué motivo la capataz principal no se dio la molestia de verificar si las otras mujeres se excitarían con ella o con uno de los hombres, pero lo que ignoraba era que quienes debían cumplir su orden de traer a las otras esclavas, tenían que saber la inclinación sexual de estas últimas.

Una vez que la fila se formó nuevamente, las esclavas fueron atadas igual como estaba el resto y posteriormente amarradas unas a otras y otros conforme se había hecho al principio. Tan pronto como Perra Sarnosa sintió que sus manos rozaban a la esclava ubicada detrás suyo y las manos de su capataz rozando su vagina y vello púbico, no pudo evitar estremecerse con un gran orgasmo, cosa que fue apreciada principalmente por su capataz, quien intencionalmente la comenzó a acariciar más y más llevando a Perra Sarnosa a tal grado de excitación que comenzó a jadear visiblemente, cosa que pudo comprobar con gran satisfacción la jefa de los capataces, ordenando en ese momento iniciar la marcha.

Así fueron desfilando, no sin cierta dificultad, ante los asistentes, y, aunque tenían prohibido mirarlos, Perra Sarnosa los observó de reojos comprobando que varios se llevaban sus manos a los genitales para medio masturbarse. Les hicieron pasar varias veces ante los asistentes y luego les hicieron ir a una habitación contigua. Una vez que todos estuvieron en ese lugar comenzaron a soltarlos, pero sólo para asirlos a una especie de cepo donde al cerrarse les dejaba aprisionado los brazos por las muñecas a la altura de los hombros, permitiéndoles además una escasa movilidad de la cabeza.

Tan pronto estuvieron todos así fueron llevados hasta unas cadenas que colgaban del techo formando un semi círculo, de donde sujetaron uno a uno los cepos. Terminado lo anterior procedieron a colocarles una barra que les separaba los pies a fin de que no los pudiesen juntar.

Cuando todos estuvieron listos, la capataz mayor les anunció que en un momento más serían subastados, que si alguien no quería continuar el juego podía pedir su baja de inmediato. Como nadie dijese algo, les informó que los asistentes pasarían en un momento más a revisarlos, que los tocarían por todas partes y les harían lo que quisieran y ellos no tendrían derecho ni siquiera a quejarse. Ahorita les vendarían los ojos para que no pudiesen ver a quien los examinaba, pero antes pasarían los esclavos desobedientes que serían castigados. Dicho lo anterior, a una señal de la jefa comenzaron a entrar uno a uno los llamados esclavos rebeldes, que venían sujetos en la misma forma que ellos. A estos últimos los colocaron frente a los esclavos nuevos, pero de tal modo que las dos filas quedaran frente a las graderías. Una vez que estuvieron listos los recién entrados, levantaron del suelo dos arcos colocando después parejas de hombres, de mujeres o mixtas de tal manera que ambos se pudiesen ver a los ojos, en seguida aseguraron el yugo de cada uno con gruesas cadenas al travesaño de ambos arcos, después les fijaron los pies a unas varillas que terminaban en una especie de amortiguadores y por último les conectaron unos terminales, como de aquellos que se ocupan para hacer electros, a los genitales de cada quien. Perra Sarnosa supuso de inmediato el motivo de las terminales, pero lo que le intrigaba era la otra conexión, lo cual averiguaría en muy poco rato. Concluido esto último hicieron pasar a los compradores que se ubicaron en las graderías, y una vez instalados la jefa tomó una picana eléctrica y de la fue aplicando a los genitales de solamente uno de los miembros de una pareja, que reaccionó de inmediato encogiendo los pies provocando con tal reacción que las varillas puestas en las piernas permitiesen que se succionara el “amortiguador” enviando de inmediato un toque eléctrico a los genitales de la pareja que también encogía las piernas provocando el siguiente choque eléctrico a quien se lo había enviado sacándole verdaderos aullidos de dolor a quien los recibía, siendo celebrado por vítores y aplausos de los asistentes. Tranquilizada la pareja continuó con la siguiente y así sucesivamente hasta llegar a la última. Concluido todo, los invitados, todos con máscaras que les cubrían completamente la cabeza y sólo dejaban al descubierto la nariz, boca y orejas, comenzaron a despojarse de sus túnicas, quedando con el resto de sus cuerpos completamente desnudos, mientras los y las capataces procedieron a colocándole a cada quien un collar con un color determinado.

A la gente heterosexual, negro, a la bisexual amarillo y a la homosexual rosa..

Tan pronto terminaron de colocarles los distintivos, los invitados comenzaron a examinarlos tocando a los prisioneros en sus partes más eróticas, otros frotaban sus cuerpos con los de l@s esclav@s , lo que les hacía excitarse más de lo que ya estaban.

Perra Sarnosa tuvo varios orgasmos y no faltó la que le dio de nalgadas por estar mojada con lo que aumentaba su excitación.

Una vez que los futuros compradores terminaron de probar la mercancía, procedieron a vendarles los ojos para que no supiesen quien los adquiría ni dónde les conducirían.

Con la vista cubierta se exacerbaron más los sentidos de Perra Sarnosa, por lo que decidió primero ser obediente y luego rebelde con quien la comprara.

Perra Sarnosa trataba de escuchar y adivinar qué ocurría a su alrededor, pero no podía distinguir de qué se trataban los ruidos que alcanzaba a oír, pues todo se desarrollaba en silencio. Quien compraba, sólo se limitaba a señalar a la o las esclavas o esclavos que quería y el o la capataz procedía a entregar la mercancía lista.

Estaba en sus cavilaciones cuando sintió que le quitaban el cepo. Tan pronto como tuvo los brazos libres, se empezó a sobar las muñecas, sintiendo en ese momento una bofetada en la cara con la mano abierta, tan fuerte, que le sacó lágrimas, pero sólo apretó los dientes para aguantar. Acto seguido, sintió que le tomaban violentamente los brazos entre dos personas, mientras una tercera procedía a esposarle los brazos a su espalda.

Una vez esposada, sintió que le quitaban el distintivo del cuello para luego colocarle un collar.

Inmediatamente de colocado, sintió que le enganchaban algo en éste, para luego asirle los pezones y el vello púbico con sendas pinzas.

Concluido lo anterior sintió que le liberaban los pies y que de inmediato la comenzaban a jalar (tirar) para que caminara, cosa que ella obedeció de inmediato con la esperanza de que la integraran a un harem. Pero no fue así. Luego de caminar bastante la hicieron detenerse. Sintió que le tomaban una pierna por el tobillo y se percató que le colocaban el pie en un escalón. Al darse cuenta comenzó a subir hasta que le ordenaron detenerse, luego que le colocaban nuevamente unos grillos. Acto seguido la tomaron por las axilas y los pies para depositarla en lo que ella supuso un recipiente con alguna sustancia que no supo identificar. Cuando que le sumieron bruscamente la cabeza no pudo evitar probar la sustancia. Era lodo.

Al cabo de un instante la sacaron, pero una de las esclavas que la había sumido se quejó que Perra Sarnosa la había ensuciado, por lo tanto la sentencia fue inmediata: 10 azotes por ensuciar a otra esclava. De inmediato la otra sierva se quejó que a ella también la había ensuciado y que aparte estaba ensuciando el piso, de tal manera que la sentencia final fue 10 azotes por la primera esclava; 15 por la segunda y 25 más por ensuciar el suelo.

La prisionera, a pesar de que se había hecho el propósito de aceptar sumisamente todo, pudo más el inconsciente y cometió el error de tratar de defenderse diciendo que era imposible que ella hiciera una cosa así porque ni siquiera podía moverse.

Craso error, porque la capataz mayor le replicó de inmediato recordándole que no podía hablar sin permiso y que si les esclavas decían que las había ensuciado a ellas y aparte el suelo es porque sí era, de tal manera que le sería proporcionado un castigo ejemplar: Se le doblaría la cantidad de azotes iniciales, se le aplicaría corriente tanto en la vagina como en los pezones, durante tres días llevará un dildo en la vagina y una bola china en el ano que solamente se los quitará para sus necesidades fisiológicas y el tiempo que no los tenga colocados se le multiplicará por cinco agradándosele al final del castigo. Por lo pronto será llevada al calentador para secarle el lodo. Acto seguido, fue llevada a una especie de altillo donde le ataron las piernas abiertas y los brazos en alto para luego encender el calefactor que de inmediato comenzó a radiar un intenso calor secándole rápidamente el lodo comenzando, Perra Sarnosa, a sentir de inmediato una gran picazón en todo el cuerpo, pero decidió guardar silencio para asumir mejor su papel de esclava sabiendo que le esperaban tres días de humillaciones y castigos que no esperaba. Más adelante vería la forma de seguir disfrutando su esclavitud si es que el destino no le deparaba otra sorpresa como la recibida.

'La crueldad lejos de ser un vicio es el primer sentimiento que imprime en nosotros la naturaleza.'Marqués de Sade

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